Se edita un disco y un libro con grabaciones inéditas del patriarca del cante recogidas por Juan Antonio Muñoz, uno de sus fieles guitarristas. El volumen contiene cartas emotivas del artista sevillano.
«El arte gitano andaluz debe conservarse del mismo modo que la música de Beethoven, Bach o Mozart», solía decir Antonio Mairena. Y el gran patriarca del cante dedicó toda su vida a sistematizar el flamenco, a recuperar estilos y matices casi extinguidos, a dejarlos grabados de forma ordenada y con enorme calidad. Para la Historia.
En 1992 apareció, remasterizada y en sonido digital, su obra en estudio completa. Desde el primer disco que grabó, en 1941, donde, por imposiciones de la época, sólo hacía fandangos, cuplés y bulerías, hasta la última perla de su herencia musical, El calor de mis recuerdos, que vio la luz en 1984, cuando el maestro ya había desaparecido.
Ahora se edita un disco de interés excepcional, 50 años de luz y duende (El Flamenco Vive), que viene a complementar el legado de Mairena. El volumen recoge la voz del artista sevillano en familia, relajado, dando rienda suelta a su monumental enciclopedismo. Un torrente de letras, muchas de ellas inéditas, se suceden en largas tandas de soleares, seguiriyas, cantiñas y tangos. Más de 80 minutos de duende flamenco.
«Antonio poseía una técnica natural que le permitía cantar brillantemente de muchas maneras posibles: en un festival con 4.000 personas, en grabaciones discográficas o en una juerga en un cuarto. De todas ellas tenemos cientos de ejemplos sonoros», explica Juan Antonio Muñoz, responsable de la edición del disco. «Pero ¿cómo cantaba Antonio Mairena en familia? Ahora podemos descubrirlo. Aquí la técnica es totalmente distinta, siempre usa la media voz, no tiene por qué dar cantidad, sino perfumes concentrados que reparte entre su familia».
Muñoz, tocaor profesional que mantuvo una estrecha amistad con el maestro, recogió la mayor parte de estos cantes en su propia casa de Vallecas, donde paraba muchas veces Antonio cuando venía a Madrid. El mismo le acompaña a la guitarra. Otros temas están grabados, también con la guitarra de Juan Antonio, en la intimidad familiar de la casa sevillana de Mairena, con la presencia de sus hermanas Rosario y Angeles.
«Como en el sorteo de la Lotería de Navidad, Antonio tenía dos bombos, y cuando quería cantar por soleá, por ejemplo, metía en uno de ellos las músicas de La Serneta, Joaquín el de la Paula, Frijones... Y en el otro, las mil letras que conocía». Y prosigue Juan Antonio Muñoz: «Aleatoriamente, cogía una de esas músicas de soleares y la unía con cualquier letra, dando como resultado un cante con la frescura que necesita el flamenco, sin ninguna reiteración. Podía estar cantando durante horas por soleá o seguiriya sin repetir ni una letra».
El disco va acompañado por un libro igualmente valioso, Mis recuerdos de Antonio Mairena, en el que Juan Antonio Muñoz ha incluido comentarios del cantaor, fotografías e incluso significativas muestras de la correspondencia que mantuvo con el maestro. Mairena cuidaba mucho sus cartas y volcaba en ellas, muy meditadamente, sus reflexiones sobre el cante y la vida. Pese a que aprendió a leer y escribir de manera autodidacta, se expresaba por escrito con soltura. Algunos de estos textos denotan su grandeza.
«Me hago cargo de tu preocupación por el caso de Osuna», le escribe a Juan Antonio con motivo de una actuación de ambos, en la que el tocaor no había estado muy fino. «Esto no debe preocuparte. Pensando lo bien que estuviste en Segovia, no creía que lo de Osuna te fuera a impresionar tanto. El cante te absorbe y abandonas la guitarra, y eso no se puede hacer, aunque te guste más el cante. Yo aquella noche no te quise hacer ninguna observación, por no ponerte preocupado. Tan sólo fue un detalle y casi nadie se dio cuenta. Yo no le doy ninguna importancia, eso nos pasa a todos los artistas, por muy grande que seas».
Tras haber cribado mucho el material que grabó durante sus recitales familiares con el maestro, Juan Antonio Muñoz conserva aún 15 horas inéditas de cante, con un sonido muy aceptable, en las que hay auténticas joyas. Entre ellas, el primer ensayo de lo que, años después, sería la soleá Mis recuerdos de Charamusco, incluida en su disco póstumo.
Cada visita de Mairena a la casa de Juan Antonio, en los años 60 y 70, se convertía en un acontecimiento. Varias veces estuvo presente en estas reuniones Enrique Morente, amigo de Juan Antonio Muñoz desde los tiempos de la Peña Charlot, reducto fundamental del Madrid flamenco de entonces. A él se refiere Mairena con cariño en una de sus cartas: «Yo tengo confianza en Enrique, porque lo creo serio y buena persona».
La amistad entre Mairena y Juan Antonio dio lugar a jugosas anécdotas. Dentro de la tradición gitana se considera que si la persona que corta por primera vez las uñas a un bebé tiene buen oído musical, la criatura lo hereda. Y Mairena viajó desde Sevilla a Madrid para protagonizar ese ritual con el hijo mayor del guitarrista. «Antonio contaba que a él le cortó las uñas una gitana de su familia que cantaba con mucha gracia», señala Muñoz. «Levantó en brazos al niño, le regó la cabeza con manzanilla de Sanlúcar y después cogió las tijeritas. Mi hijo ha heredado el sentido del ritmo, pero lo practica fuera del flamenco. Toca la batería».
«Que no se pierda la pureza del cante». Nacido en la localidad sevillana de Mairena del Alcor en 1909, en el seno de una familia gitana y fragüera, Antonio Cruz García mantuvo durante toda su vida una honestidad artística intachable y fue fiel a la meta que se había marcado: preservar del olvido los mejores cantes y dignificar a los cantaores.
Planificó de forma muy cerebral tanto las grabaciones que realizó como toda su trayectoria profesional. Durante dos décadas, tras finalizar la Guerra Civil, se buscó la vida cantando para baile y actuando en tablaos, hasta que consiguió un mínimo de estabilidad económica. Entonces inició su gran revolución: dignificar el cante, sacarlo de las ventas y las fiestas de los señoritos y conseguir que se le reconociese todo su valor.
Antonio fue pionero del cante en la universidad y en los festivales flamencos. Siempre llevó una vida austera y dedicó su tiempo a recorrer toda Andalucía por las tabernas, peñas y fraguas de los últimos reductos jondos, en busca de fuentes desconocidas, de una queja inédita por soleá o una letra casi perdida por seguiriya.
Arropó y dio a conocer a gitanos viejos como Juan Talea o La Piriñaca y apadrinó a jóvenes valores como Menese o Lebrijano. En 1983, poco antes de fallecer en su casa de Sevilla, nos confesaba: «Para que la pureza y la diversidad del cante no se pierdan, hace falta que en los próximos años surja alguien que desarrolle un trabajo similar al que yo he realizado».
En 1992 apareció, remasterizada y en sonido digital, su obra en estudio completa. Desde el primer disco que grabó, en 1941, donde, por imposiciones de la época, sólo hacía fandangos, cuplés y bulerías, hasta la última perla de su herencia musical, El calor de mis recuerdos, que vio la luz en 1984, cuando el maestro ya había desaparecido.
Ahora se edita un disco de interés excepcional, 50 años de luz y duende (El Flamenco Vive), que viene a complementar el legado de Mairena. El volumen recoge la voz del artista sevillano en familia, relajado, dando rienda suelta a su monumental enciclopedismo. Un torrente de letras, muchas de ellas inéditas, se suceden en largas tandas de soleares, seguiriyas, cantiñas y tangos. Más de 80 minutos de duende flamenco.
«Antonio poseía una técnica natural que le permitía cantar brillantemente de muchas maneras posibles: en un festival con 4.000 personas, en grabaciones discográficas o en una juerga en un cuarto. De todas ellas tenemos cientos de ejemplos sonoros», explica Juan Antonio Muñoz, responsable de la edición del disco. «Pero ¿cómo cantaba Antonio Mairena en familia? Ahora podemos descubrirlo. Aquí la técnica es totalmente distinta, siempre usa la media voz, no tiene por qué dar cantidad, sino perfumes concentrados que reparte entre su familia».
Muñoz, tocaor profesional que mantuvo una estrecha amistad con el maestro, recogió la mayor parte de estos cantes en su propia casa de Vallecas, donde paraba muchas veces Antonio cuando venía a Madrid. El mismo le acompaña a la guitarra. Otros temas están grabados, también con la guitarra de Juan Antonio, en la intimidad familiar de la casa sevillana de Mairena, con la presencia de sus hermanas Rosario y Angeles.
«Como en el sorteo de la Lotería de Navidad, Antonio tenía dos bombos, y cuando quería cantar por soleá, por ejemplo, metía en uno de ellos las músicas de La Serneta, Joaquín el de la Paula, Frijones... Y en el otro, las mil letras que conocía». Y prosigue Juan Antonio Muñoz: «Aleatoriamente, cogía una de esas músicas de soleares y la unía con cualquier letra, dando como resultado un cante con la frescura que necesita el flamenco, sin ninguna reiteración. Podía estar cantando durante horas por soleá o seguiriya sin repetir ni una letra».
El disco va acompañado por un libro igualmente valioso, Mis recuerdos de Antonio Mairena, en el que Juan Antonio Muñoz ha incluido comentarios del cantaor, fotografías e incluso significativas muestras de la correspondencia que mantuvo con el maestro. Mairena cuidaba mucho sus cartas y volcaba en ellas, muy meditadamente, sus reflexiones sobre el cante y la vida. Pese a que aprendió a leer y escribir de manera autodidacta, se expresaba por escrito con soltura. Algunos de estos textos denotan su grandeza.
«Me hago cargo de tu preocupación por el caso de Osuna», le escribe a Juan Antonio con motivo de una actuación de ambos, en la que el tocaor no había estado muy fino. «Esto no debe preocuparte. Pensando lo bien que estuviste en Segovia, no creía que lo de Osuna te fuera a impresionar tanto. El cante te absorbe y abandonas la guitarra, y eso no se puede hacer, aunque te guste más el cante. Yo aquella noche no te quise hacer ninguna observación, por no ponerte preocupado. Tan sólo fue un detalle y casi nadie se dio cuenta. Yo no le doy ninguna importancia, eso nos pasa a todos los artistas, por muy grande que seas».
Tras haber cribado mucho el material que grabó durante sus recitales familiares con el maestro, Juan Antonio Muñoz conserva aún 15 horas inéditas de cante, con un sonido muy aceptable, en las que hay auténticas joyas. Entre ellas, el primer ensayo de lo que, años después, sería la soleá Mis recuerdos de Charamusco, incluida en su disco póstumo.
Cada visita de Mairena a la casa de Juan Antonio, en los años 60 y 70, se convertía en un acontecimiento. Varias veces estuvo presente en estas reuniones Enrique Morente, amigo de Juan Antonio Muñoz desde los tiempos de la Peña Charlot, reducto fundamental del Madrid flamenco de entonces. A él se refiere Mairena con cariño en una de sus cartas: «Yo tengo confianza en Enrique, porque lo creo serio y buena persona».
La amistad entre Mairena y Juan Antonio dio lugar a jugosas anécdotas. Dentro de la tradición gitana se considera que si la persona que corta por primera vez las uñas a un bebé tiene buen oído musical, la criatura lo hereda. Y Mairena viajó desde Sevilla a Madrid para protagonizar ese ritual con el hijo mayor del guitarrista. «Antonio contaba que a él le cortó las uñas una gitana de su familia que cantaba con mucha gracia», señala Muñoz. «Levantó en brazos al niño, le regó la cabeza con manzanilla de Sanlúcar y después cogió las tijeritas. Mi hijo ha heredado el sentido del ritmo, pero lo practica fuera del flamenco. Toca la batería».
«Que no se pierda la pureza del cante». Nacido en la localidad sevillana de Mairena del Alcor en 1909, en el seno de una familia gitana y fragüera, Antonio Cruz García mantuvo durante toda su vida una honestidad artística intachable y fue fiel a la meta que se había marcado: preservar del olvido los mejores cantes y dignificar a los cantaores.
Planificó de forma muy cerebral tanto las grabaciones que realizó como toda su trayectoria profesional. Durante dos décadas, tras finalizar la Guerra Civil, se buscó la vida cantando para baile y actuando en tablaos, hasta que consiguió un mínimo de estabilidad económica. Entonces inició su gran revolución: dignificar el cante, sacarlo de las ventas y las fiestas de los señoritos y conseguir que se le reconociese todo su valor.
Antonio fue pionero del cante en la universidad y en los festivales flamencos. Siempre llevó una vida austera y dedicó su tiempo a recorrer toda Andalucía por las tabernas, peñas y fraguas de los últimos reductos jondos, en busca de fuentes desconocidas, de una queja inédita por soleá o una letra casi perdida por seguiriya.
Arropó y dio a conocer a gitanos viejos como Juan Talea o La Piriñaca y apadrinó a jóvenes valores como Menese o Lebrijano. En 1983, poco antes de fallecer en su casa de Sevilla, nos confesaba: «Para que la pureza y la diversidad del cante no se pierdan, hace falta que en los próximos años surja alguien que desarrolle un trabajo similar al que yo he realizado».
Noticia via "El Mundo, edición digital".
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