JEREZ, este año, celebra tres aniversarios.
Uno de ellos es redondo:        
los cien años del nacimiento        
de Tío Borrico. Pero el primero        
en lejanía temporal es el        
150 aniversario de La Macarrona. A él le siguen        
los no menos celebrables 140 años        
que cumpliría en 2010 Tío José de Paula.        
Un trío de ases que contribuyeron a hacer        
grande la historia del flamenco jerezano.        
Comienza este recuerdo por orden cronológico.        
Juana Vargas ‘La Macarrona’, bailaora        
desencinte de Tío Juan y Tío Vicente        
Macarrón, hija del guitarrista Juan de Vargas        
y de la cantaora Ramona de las Heras y hermana        
de María La Macarrona, nació en 1860        
y falleció en Sevilla en 1947. Cuenta el Diccionario        
Enciclopédico Ilustrado de José        
Blas Vega y Manuel Ríos Ruiz que se inició        
siendo muy niña en la vida artística de su        
ciudad natal.        
Juan de la Plata transmite datos de sus        
comienzos: “Aún no tenía Juana los siete        
años cumplidos, cuando ya sus padres la        
exhibían por Jerez, bailando prodigiosamente        
sobre una mesa. Delante de los tabancos        
y en cualquier lugar, donde hubiese        
más de tres personas reunidas, solía montarse        
la función. La madre cantaba, el padre        
acompañaba con la guitarra y Juana, la        
pequeña Juana, morenita como la canela,        
bailaba salerosamente. Luego, a pasar la        
bandeja”. A los ocho años fue contratada        
para actuar en el café sevillano de La Escalerilla,        
volviendo luego a Jerez. Allí la vio        
bailar una noche Fernando Ortega ‘El Mezcle’,        
que logró que la contrataran en el Café        
de las Siete Revueltas en el que estuvo 2        
años. Después de esto se fue a trabajar a        
Barcelona. Cuando volvió a Sevilla tenía        
ya 16 años y fue contratada en El Café de        
Silverio y de allí pasó al Burrero.        
En 1889 debuta en París, en el Gran        
Teatro de la Exposición, donde suscitaría        
el entusiasmo del entonces Sha de Persia,        
quien, según publicó Diario de Cádiz el 12        
de enero de ese año y reproducen diversas        
fuentes, llegó a decir: “Esta graciosa serpiente        
es capaz de hacerme olvidar a todas        
mis almées de Teherán”.        
Volvió a la capital francesa en 1912 para        
ofrecer una única actuación. Por entonces        
ya era una institución. Seguiría bailando en        
cafés cantantes como el sevillano Novedades,        
el Kursaal o el Variedades.        
Cuenta El Olivo que Antonia Mercé la        
Argentina, después de ver bailar a Juana la        
Macarrona por alegrías durante el Concurso        
de Granada de 1922, se arrodilló a sus pies,        
la descalzó y se llevó sus zapatos. Ese mismo        
año participó en el espectáculo Ases del arte        
flamenco, en el madrileño Ideal Rosales, con        
La Antequerana, Faíco, El Estampío, El Mochuelo        
y Ramón Montoya. Tras actuar en        
1925 en Sevilla, realiza al año siguiente una        
gira por la geografía española para recalar        
en 1926 de nuevo en Madrid.        
Continuaría actuando por toda España        
hasta que en 1933 La Argentinita la lleva al        
espectáculo Las calles de Cádiz. Finalizada        
la guerra civil reaparece con el elenco de        
Concha Piquer, interpretando la misma obra.        
Poco antes de morir se le tributó un homenaje        
benéfico en el Teatro San Fernando de Sevilla        
en el que actuaron artistas de distintos géneros,        
entre los que se encontraban Pepe        
El Culata, La Malena, Naranjito de Triana y        
Lolita Sevilla.        
Considerada como una de las más destacadas        
bailaoras de todos los tiempos, cosechó        
encendidos elogios, entre ellos el de        
Fernando de Triana: “Ésta es la que hace        
muchos años reina en el arte de bailar flamenco,        
porque la dotó Dios de todo lo necesario        
para que así sea: cara gitana, figura        
escultural, flexibilidad de cuerpo y gracia en        
sus movimientos y contorsiones, sencillamente        
inimitables. Cuando con su mantón        
de Manila y su bata de cola sale bailando y        
hace después de unos desplantes la parada        
en firme para entrar en falseta, queda la cola        
de su bata por detrás en matemática línea        
recta; y cuando en los diferentes pasos de        
dicha falseta tiene que dar una vuelta rápida        
con parada firme, quedan sus pies suavemente        
reliados en la cola de su bata, semejando        
una preciosa escultura colocada sobre        
delicado pedestal. ¡Ésta es Juana La Macarrona!        
Todo cuanto se diga de su arte es        
pálido ante la realidad”.        
No menos expresivo se muestra Caballero        
Bonald ante el arte portentoso de esta        
mujer, según publica flamenco-world.com:        
“Juana Vargas, la Macarrona, como ya había        
hecho su antecesora Josefa Vargas, le injertó        
al baile una antiquísima fuerza emotiva, llena        
de feminidad y de gracia, como en las        
soleares de su creación. Todo lo que había        
en el interior de su cuerpo se le iba convirtiendo        
en una cadencia sensual y estática.        
Su expresividad era su misma sangre trastocada        
en figuras de ardiente y alado estupor.        
Y por la cintura, por los brazos, le subía el        
chorro de la danza, puro y volcánico, desde        
no se sabe qué hondos sedimentos, qué        
milenarias civilizaciones”.        
Los 140 años de Tío José de Paula        
Cuenta el Diccionario Enciclopédico Ilustrado        
del Flamenco que el cantaor Tío José de        
Paula nació en 1870 y falleció en los primeros        
años cincuenta. Se cumplen, pues, 140        
años de aquel día en el que viera la primera        
luz en Jerez de la Frontera.        
Su trayectoria artística, asevera, se        
desarrolló en las fiestas y reuniones íntimas.        
“Personalísimo intérprete de seguiriyas y        
soleares -continúa-, basándose en los cantes        
de El Marrurro, creó unas seguiriyas        
sumamente originales, tan jondas y cortas        
como de una gran belleza estética”, que        
tuvieron gran vigencia gracias a artistas        
como Tía Anica La Piriñaca, que compartió        
con él actuaciones en el ámbito familiar de        
los cortijos y de los patios de las casas de        
vecinos del jerezano barrio de Santiago.        
En su recuerdo abre en su tierra natal una        
peña que lleva su nombre y que desarrolla        
un intenso programa de actividades en el        
que no falta el recuerdo al cantaor.        
Juan de la Plata, en su libro Flamencos        
de Jerez (1961) escribe sobre su personalidad        
artística: “¿Qué jerezano que escuchara        
cantar a Tío José de Paula ha podido olvidar        
sus soleares? Tío José de Paula fue un maestro        
que hizo llorar con la emoción contenida        
de sus cantes cortitos. Sus coplas aún andan        
por el recuerdo. ¡Cómo las decía! Muy viejecito        
era Tío José cuando nosotros le escuchamos        
por vez primera, allá por los años        
La Macarrona, en uno de        
los retratos de la ‘Galería        
de figuras históricas del flamenco’,        
de Carmen Córdoba.        
Fondos del Centro        
Andaluz de Flamenco.        
En el Recuerdo cuarenta y tantos. ¡Tantas veces habríamos        
de escucharle después! Y siempre, dejándonos        
en los labios el regusto a miel de su        
cante jerezano, añejo y puro”.        
Centenario de El Borrico        
Pero quizá la fecha más redonda es la que        
alcanza el nacimiento del cantaor Gregorio        
Manuel Fernández Vargas, El Borrico, que        
vino al mundo en 1910 y falleció en 1983.        
Hijo de El Tati y sobrino de Juanichi El Manijero,        
contaba él mismo que su apodo “en        
realidad yo no me lo puse, pues un día,        
cuando estaba cantando, uno de los invitados        
me gritó: ¡Anda, hijo, que cantas más        
fuerte que un borrico! Desde entonces        
todos me llaman El Borrico y con este nombre        
me he quedado”.        
Trabajador campesino, comenzó alternando        
sus actuaciones en fiestas y reuniones        
con su labor agrícola. Pero al ser cada vez        
más solicitada su presencia cantaora decidió        
dedicarse al cante de manera profesional.        
En su juventud actuó en distintos teatros y        
ferias de la provincia, con un elenco en el        
que todos los y las artistas eran jerezanos:        
la muy entonces joven Lola Flores (en sus        
comienzos artísticos), Paco Espinosa, El Batato        
y Luisa La Torrán entre ellos.        
Dice el Diccionario Enciclopédico Ilustrado        
del Flamenco de José Blas Vega y Manuel        
Ríos Ruiz que su trayectoria se centró principalmente        
en las actuaciones en ventas y        
colmaos de su ciudad natal, con esporádicas        
salidas a Sevilla, donde en cierta ocasión        
coincidió con Pepe Pinto y Pastora Pavón,        
concretamente en la Venta Casablanca. Narró        
El Borrico este encuentro a José Luis Ortiz        
Nuevo en una entrevista publicada en Tierras        
del Sur el 12 de septiembre de 1977, según        
reproduce el Diccionario: “Una vez nos fuimos        
a Sevilla unos cuantos y había una venta que        
se llamaba Casablanca, y ocurrió que estaba        
yo en una caseta de feria y vino Buchitos y        
me cogió a mí, cogió al Pinto, cogió a la Pastora        
y nos fuimos a esta venta, y en la venta        
nos metimos en un reservado y yo, claro,        
entre tan buenos cantaores tenía poca costumbre        
de reunirme, y dio la casualidad de        
que aquella vez me junté con esos señores,        
y a mí se me ocurría de vez en cuando salir        
a verter aguas al retrete, porque estaba pensando        
en las letras y en cómo estaba cantando,        
eso se llama que estaba un poco nervioso        
porque estaba entre cantaores cuajaos…        
y estando en el retrete, escuchando        
la guitarra desde el retrete, se me ocurrió un        
cante de José el de Paula, el hermano del        
abuelo del torero, se me ocurrió un cante por        
seguiriyas y de verdad que salí corriendo para        
el reservado y le dije al tocaor: Gutiérrez, sigue        
ahí en ese tono… y aún desde aquel tiempo,        
que hace ya lo menos veinte años de esto,        
se está mentando cómo canté por seguiriyas.        
No es que cantara yo mejor que los demás,        
pero me salió ese cante de José el de Paula,        
y el cante de Paco la Luz, corto, por seguiriyas,        
y lo hice a la perfección. Y todavía se está refiriendo        
aquella fiesta de Casablanca de Buchitos,        
que ni yo mismo me di cuenta de        
cómo canté, cómo me salió el cante de Paco        
La Luz y de José el de Paula”.        
En 1967, Juan de la Plata y Manuel Ríos        
Ruiz le convencieron para que interviniera        
con su sobrino Parrilla de Jerez a la guitarra        
en los Cursos Internacionales de Arte Flamenco        
de la Cátedra de Flamencología, “causando        
sensación sus bulerías por soleá”. Y        
después participó en la Fiesta de la Bulería,        
ganando la Copa Jerez. Estos dos éxitos,        
con 57 años de edad, le hicieron cambiar su        
proyección artística, tomando parte en festivales        
y ciclos de divulgación del género y        
realizando grabaciones discográficas y televisivas,        
entre las que sobresalen su participación        
en el disco Canta Jerez y en la serie        
Rito y Geografía del Cante, dejando un legado        
jondo de primera magnitud.        
Tras su muerte se celebró un festival homenaje        
en Sevilla. El 10 de marzo de 1984        
se puso su nombre a una calle de Jerez y se        
presentó un libro con sus memorias, recogidas        
por José Luis Ortiz Nuevo. Como colofón,        
un festival flamenco en el que destacados        
intérpretes -entre ellos El Sordera, Antonia        
La Marchena, María Soleá, Tía Anica        
La Piriñaca, Tía Juana la del Pipa, Rubichi,        
El Garbanzo, El Gordo, El Carbonero, José        
Luis Balao y Pepe Moreno- quisieron rendir        
su personal tributo a su maestría.        
Para culminar este recuerdo, sirvan de        
magnífico cierre las palabras de Ángel Álvarez        
Caballero, reproducidas en el Diccionario:        
“Aquí nos queda su cante, con        
toda su profundidad, su pureza, su hondura.        
No fue mucho lo que grabó El Borrico,        
pues llegó ya maduro a una efímera fama,        
pero lo que dejó en el microsurco es, en        
general, de gran calidad. En cualquier caso        
están los palos en que el cantaor fue verdaderamente        
grande –bulerías, soleares,        
seguiriyas, tangos, bulerías por soleá- y        
unas insólitas alegrías en que brilla igualmente        
el eco de un raro y oscuro genio. El        
cante del Tío Borrico era esa clase de cante        
que no puede morir”.
Aida R. Agraso
 
 
