miércoles, 12 de diciembre de 2007

El mundo es mu grande y es mu chico: precioso articulo de J. Diego M. Cabeza.

Encarnación Marín, La Sayago, ha estado en Zamora... Esto es un lujo, no solo para Zamora como tierra flamenca que se reivindica a sí misma cada día más, sino también para el mundo del flamenco en general porque, desgraciadamente, pocos hay que se acuerden de figuras como Encarnación hoy en día. Canta Sayago una letra de su cosecha que dice:

“La casita que yo vivo
tiene mu grande la puerta
pero no sé lo que le pasa
que por ella nadie entra”

No se me ocurre forma más gráfica de definir la soledad de los artistas que, como la Sayago, siguen tirando para adelante a pesar del olvido de muchos de los que se tienen por flamencos.
En la entrevista que le hizo Félix Rodríguez esta mujer nacida en Sanlúcar de Barrameda allá por el año mil novecientos diecinueve, contaba anécdotas en torno a sus inicios como saetera... cuando vendía el pescao con un pregón inventado por ella, por bulerías... pero entre otras muchas perlas dejó una historia que es casi un cuento flamenco que no me resisto a transcribir:
Dice Encarnación que cuando tenía diecisiete años fue a Sevilla a visitar a unas primas. Sevilla estaba toda engalanada y llena de militares (suponemos que debió ser durante la guerra civil por tanto) y ella se metió en lo que pensó que era una caseta de feria pero mucho más grande y bonita. El Hotel Alfonso XIII no es una caseta de feria... es un hotel de estilo neo mudéjar proyectado por Aníbal González para la exposición de 1929. Encarnación paseaba por la calle y escuchó una guitarra... como no la detuvo nadie se metió hasta un salón donde estaban Antonio el bailarín, Manolo Caracol, Lola Flores, el guitarrista Niño Ricardo y unos pocos más de artistas... ella no podía resistirse... ya estaba allí, había entrado como encantada por la guitarra así que se puso a bailar. En ese momento no le importó quien tenía delante, no le importó pensar en que su vestido y sus “babuchas” o alpargatas desentonaban con el lujo de los artistas consagrados que se divertían en aquella juerga. La Sayago bailó porque la música la atrapó desde la calle. Y Antonio el bailarín, sorprendido y azuzado por el atrevimiento de la niña, salió con ella a bailar sin importarle que en el hotel le llamaran la atención. Ese fue el final... (siempre hay un “sieso” para aguar la fiesta). En aquel momento se deshizo el encantamiento y Encarnación se sorprendió a sí misma en un sitio que no era el suyo, delante de aquellos artistas a los que quizá había visto alguna vez en un teatro o en el cine... así que salió corriendo... detrás de sí escuchó una voz que la asustó aún más: “¡cogedla, no la dejéis escapar!”... y más corría la pobre pensando para sí misma “¿Pero por qué me persiguen? ¿Si yo no he robao ná? ¿Qué me van a hacer?” Y la alcanzaron los camareros, pero no para hacerle daño, sino para llevarla delante de los artistas que la acogieron como una más... y La Sayago ya no fue más a vender pescado de casa en casa... se quedó en Sevilla, en los Gallos, y ese día empezó su carrera profesional en el cante...
Así lo cuenta la Sayago, la Cenicienta del cante... cuyos zapatos de cristal fueron quizás unas bulerías bailadas con babuchas... y termina la historia con un suspiro y una frase digna quizás de Séneca, o de algún otro filósofo andaluz que tratase de desentrañar los misterios de la vida... “El mundo es mu grande y es mu chico”... Y eso es una verdad para hoy y para siempre.

Juan Diego M. Cabeza