lunes, 10 de mayo de 2010

El flamenco en cuatro estaciones hace las delicias de pequeños y grandes.

Con un Teatro Principal a tope, exhibiendo un florido colorido y una vitalidad –física y emocional- que sólo los más jóvenes saben dar a este tipo de espectáculos, vistió sus mejores galas para recibir a la compañía El Flamenco Vive comandada por la genial Silvia Marín. 
Siete artistas sobre el escenario. La coreografía basada en los cuatro periodos del año, o lo que es lo mismo. El flamenco en cuatro estaciones, comienza con la primavera. Al baile, la titular Silvia Marín acompañada de Marisa Adame, Rafael Peral y Miguel Valles. Al cante María Carmona, percusión Alfredo Escudero y al toque el genial tocaor multirracial Amir Haddad. La primavera es propicia para las alegrías y también para que Silvia aparezca en el escenario con un canasto de flores. Empiezan las sencillas y comprensibles matizaciones del argot flamenco: “No es bailarín/a sino bailaor/a. No es cantante sino cantaor/a. Y además esta familia –la de la soleá, en la que se incluyen las cantiñas y bulerías- tiene doce tiempos”. Casi ná. Pero los chiquillos acompañados por sus progenitores dieron palmas al compás que proponía Silvia con su didáctico magisterio.
En el verano se incluyen los cantes folclóricos –en este caso el garrotín- y los de ida y vuelta, con una magnífica interpretación de la colombiana y una apropiada coreografía en la que el baile masculino se acompaña de patinete. Más emoción, si cabe para la chiquillería, y agradable sorpresa para sus papás.
Llegamos al otoño. Y como siempre en cada estación hay cambios escenográficos además de renovaciones en el vestuario. Los verdiales, las rondeñas, los cantes abandolaos, y como es lógico, el palo matriz del fandango, ocupan el espacio escénico que sigue. En este apartado se produce uno de los episodios más significativos de la actuación. Y tal vez del espectáculo. Se le enseña a los niños a adentrarse en la necesaria comunión entre artista y público. O lo que es lo mismo, captar y compartir sensiblemente el acto artístico. Artista y espectador formando un todo en una aprensión perfecta. Este es el objetivo máximo del arte en cualquiera de sus manifestaciones: la comunicación en dos direcciones.

El invierno es presentado con la patética y magistral debla: “En el barrio de Triana / ya no hay pluma ni tintero / para escribirle a mi mare / que hace tres años  que no la veo”. La ejecución musical, que como era de esperar, conmovió muy positivamente a los niños. “El compás de seguiriya, panes con morcilla”. El espectáculo se adentra en lo más áspero a la vez más jondo del arte excelso. Para llegar a la apoteosis final.
Silvia Marín, trabaja las actitudes de tolerancia multicultural: “El flamenco es la consecuencia de las aportaciones de diversas culturas –Los gitanos, los andaluces, los árabes, y otros”. Y una demostración fehaciente de esta aseveración la representan la procedencia de los diferentes componentes de la compañía al ser presentados: Marisa y Rafael, de Barcelona; María Carmona, de La Línea de La Concepción; Amir, completamente internacional; Alfredo de Vallecas; Silvia, italiana. Y eso sí, María y Alfredo, gitanos por los cuatro cuarterones.
Trece niñas/os en escena, además de las muchas que habían participado anteriormente, bailan por sevillanas. La cosa no terminó ahí, varias mujeres fueron animadas a pisar el escenario, aunque en esta ocasión se complicó mas su aparición al tener que bailar por tangos. Todas los bordaron, dejado claro que Zamora es flamenca. Lleva muchos años en esto –tal vez por la tradición musical que atesora- por lo que el insigne Maestro de los Alcores, Antonio Mairena, la bautizó como “La Andalucía del Norte”.

Félix Rodríguez lozano

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