La Niña de los Peines y el Niño de Marchena marcaron la época de "los niños" en el gremio flamenco. Camarón, Morente, Mercé, Paco y Pepe de Lucía, Joselito, Marisol, Rocío Dúrcal... y muchos otros fueron pequeños prodigios
Llegado el tiempo navideño nos tenemos que acordar de las criaturitas del señor flamenco. Las hubo que empezaron como niños cantores. Enrique Morente fue seise en la catedral de Granada, y José Mercé calentó sus infantes cuerdas vocales dándole al gregoriano en la jerezana basílica de la Merced, que de ahí deriva su apelativo. La mayoría, sección niños-prodigio, se dio a conocer en concursos; los radiofónicos por delante. Sin ir más lejos, Paco y Pepe de Lucía. Recordemos, pues, con el telón de fondo de la epifanía, esa pequeña historia de la precocidad flamenca en microsurco para familiar gozo y disfrute del recreo vacacional. Amén.
La Niña de los Peines y el Niño de Marchena fueron, porque lo valían y por avanzadilla, los que marcaron la época de "los niños" en el gremio flamenco, cuando se grababa en disco duro de pizarra. Llegará la República y después la oscuridad. En la plena sinrazón -y sin ración- de la Guerra Civil, muchas familias acertaron descubrir en sus retoños una providencial fuente de ingresos. Y los escenarios vieron florecer una grimosa hornada de infantes flamencos a imagen y semejanza de los astros del arte andaluz. El 13 de diciembre de 1937, la mesura gubernamental dispuso una ordenanza que prohibía en el Madrid sitiado la actuación de niños en espectáculos de adultos. Pero se siguió cantando y grabando.
En esos tiempos grises los chinorris de facultades desproporcionadas se dieron a cantar lacrimógenas coplillas que entusiasmaron al sufrido oyente, que con el corazón encogido los escuchaba a placer sollozando. Ahí quedan las dos condiciones sine qua non: era impensable que la muchachada llegase entonces a lugar alguno, siendo ese lugar el micrófono o el escenario; tener unos pulmones descomunales y entonar una sarta de penalidades, amén de ser andaluz o parecerlo. Atención, vayan sacando el pañuelo: "Que soy huérfano de pare, / de mare también lo soy, / que soy huérfano de pare / y no tengo más calor / que-el-que-la-pobrecita-mi-agüelita-quiera-darme. / ¡Que no me abandone a mí mi agüela, Dios mío!". Esto es pa llorá de momento. Una cosa horrorosa. Lo cantaba Chiquito de Triana, que siendo Mayorcito de Triana fue cuñado y cantaor de la inmortal bailaora Carmen Amaya. Una alegría.
El artista miniatura de mayor alcance nacional e internacional en nuestra época pos-ONU será Joselito, cuya abultada discografía, en elepés microsurco para la RCA, y cinematografía, producida por Cesáreo González, dan cuenta de unos trances morrocotudos difícilmente soportables hasta para el mismo Job, que Job-selito debieron bautizarle. Llegaba el desarrollismo pero aún era menester buscarse plataformas para la fama, porque muchos platos seguían criando telarañas. España lloró más que Jeremías viendo, en su cine de birria, las aventuras y desventuras -mayormente- de esos breves jilguerillos del quejío, de suyo zascandiles. Zascandiles, pero más buenos que el pan que escaseaba, y capaces de devolver al mundo malo la fraternidad ecuménica. ¡Digo! ¡Anda que no!
En 1956 Joselito nos fue anunciado como "El pequeño ruiseñor". No sabía el canoro impúber la que le esperaba. Sin embargo, sobrellevará el quinario con resignación cristiana, presta sonrisa cascabelera -de Doce cascabeles de potencia-, y en los labios una lírica coplilla de mucho efecto en clave de saeta, colombianas, fandanguillos, verdiales, medias granaínas, tangos o canciones festivas: Campanera. Debió encantar a los mismísimos Camarón y Paco de Lucía, porque arrancan su creación de la Canastera con la Arboléa, ea, ea que sonaba en la película de 1960 Aventuras de Joselito y Pulgarcito. Le saldrán competidores y tendremos a un arahalense Joselito II, que en 1959 graba por lo serio y cantaor será, un Ruiseñor de Salamanca, un Angelito..., y El Jilguero de Córdoba, que debutó en la película de 1958 Farmacia de guardia, pasó por las discográficas, pasó por la televisión, pasó por la radio..., y pasó al olvido.
Al final del túnel de los cincuenta veremos, ¡oh, cielos!, "un rayo de luz" dorado, polvorilla y flamencón que, también, hará suspirar mientras se da su vueltecita por alegrías. Marisol. Nueve añillos tenía. ¿Cómo era? Que nos lo cuente su discográfica, dirigida por el señor Montilla desde Nueva York: "Una artista nueva, increíble, diferente; unos ojos azules, el pelo rubio, una sonrisa pícara y sentimental. Así es Marisol, la nueva estrella del cine español". Dicho y hecho. La vena flamenca se hincha. Acompañada por guitarristas de primera categoría -Paco Aguilera, Alberto Vélez- se extiende Marisol en bulerías, tientos, tarantos, fandangos, sevillanas, rumbas, verdiales, tanguillos, guajiras, alegrías..., y villancicos. La adiestraron en jonduras, además de sus Antonios -El Bailarín y Gades- y los tocaores, Jarrito, Fosforito, Enrique el Cojo, Regla Ortega, Carmen Rojas..., y Manolo Maera -marido de aquella Esperanza que siendo abuelita triunfó con el Probe Miguel-.
¡Más madera! En un incesante goteo más lechones intentarán la jugada, nunca mejor dicho. Allá quedaron Carmencita, Rosita, Estrellita, Santitos, Matilde la Galleguita, Morucha y Juan José, ese rollizo Ruiseñor de Rubi, el de mayor fiato del mundo, que por alegrías podía mantener el agudo final doce o catorce años. Una cosa mala. También hemos de acordarnos de Maleni Castro que, antes que a la zaga de Marisol, supuso el intento de crear una Joselita por parte de Antonio del Álamo, director de las películas del Pequeño Ruiseñor.
Por Cuatro Caminos vivía Antonio el Chaqueta, sabio cantaor e instructor flamenco de Joselito, y en ese barrio madrileño vino al mundo otra notabilidad que de niña era temida en los concursos radiofónicos: Rocío Dúrcal. Arrasaba en toda competición, lo mismo en Ruede la bola que en Conozca usted a sus vecinos o en Vale todo. Luis Sanz, que la descubrió hecha ya una mocita, se encargó de preparar su formación artística. En los vestuarios flamencos le colocó de entrenadores en la sección cantaora a Fosforito y Jarrito, y en la bailaora a Regla Ortega, Carmen Rojas y Alberto Lorca, quien se nos acaba de marchar -por cierto, hermano de Gloria, voz principal de las olímpicas y también flamencas Vainica Doble-. Tirititraneará en sus películas, de cara al público, y lo plasmará en sus discos para Philips, acompañada por Los Pelaos..., y un enamorado platónico: Paco de Lucía.
Paco y su hermano Pepe, bajo el apelativo de Los Chiquitos de Algeciras, habían coincidido en Madrid con Rocío en el mundillo de las competiciones radiofónicas. Verdaderos portentos, cada uno en su especialidad -aunque entonces destacaba Pepe como insólito caso de imberbe cantaor completo-, fueron fichados por Hispavox en 1961, cuando Paco no contaba ni siquiera 14 años. Se enrolan en la compañía del mundialmente famoso bailaor José Greco y desde su adolescencia empiezan a tener que vérselas con los idiomas y las diferentes comidas del planeta. En 1964 a Paco le ficha Philips, en buena medida debido a que existía una huelga de músicos que tenía parada la maquinaria productiva de la casa -conclusión: los flamencos no son músicos-, y, junto a Ricardo Modrego, empezará la carrera concertística de un chaval que ha de ser el mayor guitarrista flamenco conocido. Fue también en 1964 cuando le hicieron un encarguito muy bonito: grabar un disco flamenco con esa musa juvenil llamada Rocío. Estaba que se salía. Tanto se salía que no salió en los créditos. Así es la dura existencia del aprendiz del arte y la vida.
Fuente: El Pais digital, [ver aquí]
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